El rojo es mi color menos favorito

Existen preguntas obligatorias, de fácil respuesta y que son notorias por invadir nuestra privacidad. Segmentadas por edad, difíciles de contestar honestamente sin ofender al oyente. Cada vez reciben una respuesta diferente.

¿Cuál es tu color favorito?

Si eres niña todos esperan que sea rosa, para los niños el azul. Aunque ahora ya no se lleva tanto el binarismo colorido. Pero preocupa a los adultos si el color que te fascina es el negro; algo raro le pasa al niño, aunque puede que sólo esté pensando en Batman que es su superhéroe favorito. Y si a la niña le gusta el azul hoy en día es un tema de identidad, cuando ella sólo piensa en el cielo y los pájaros volando hacía el infinito.

Azul, verde, amarillo… yo nunca tuve uno. Para mí los colores eran así; coloridos. Cada uno tenía un momento y un recuerdo. Azul como el cielo, cuando me tumbaba en el verde del jardín, a jugar con la pelota roja, con la camiseta amarilla a rayas.

Cuando fui creciendo fui descubriendo que los colores además tenían emociones. Lila cuando me sentía presumida, rosa cada vez que quería sentirme preciosa, azul como mis vaqueros todoterreno. Y blancas las camisas que me hacían sentir poderosa, elegante y fuerte. El negro sólo vivía en el invierno, y así los colores fueron creando patrones de emociones que anunciaban al mundo mis intenciones.

Y rojo, como los labios pintados de la abuela, como la primera vergüenza en la entrepierna del pantalón, como el color del odio y la pasión.

Cada color pintaba un momento pero el rojo siempre supuso algo de dolor y lamento.

¿Qué quieres ser de mayor?

¿Has decidido ya qué quieres estudiar?

Dos versiones de una misma cuestión. Saber si lo que quieres ser se ajusta a lo que de ti creen. Nada de decir astronauta o mago, nada de desear ser princesa o ama de casa. Las cosas han cambiado. Ahora hay que contestar médico o abogado, y si eres mujer olvídate de querer una familia por encima de la empresa y los bolsos de firma.

En este examen existen respuestas erróneas, aunque tú no las veas. Juicio interno por haber contestado algo que no les ha dejado contentos.

Artista, piloto, enfermera o camarera que va en moto… yo nunca tuve respuesta, sólo deseos de conocer el mundo y ser honesta. Pero mis respuestas recibieron siempre críticas candentes por parte de los oyentes. Bolígrafo rojo en mano: tachando. Esto no, esto tampoco. Y finalmente la puntuación: suspendida porque la carrera elegida estaba falta de salidas.

Lo que no parecen entender es que lo que soy no está compuesto por mi carrera o profesión, así que lo que apetece contestar es no lo sé y me niego a descubrirlo, ya me dirá la vida cual es mi destino. Pero hoy en día importan más los números verdes que los rojos. Los bancos gobernando con sus colores buenos y malos, las decisiones que tomamos.

Una razón más para dejar de amar el color más natural. El único que fabrico yo, cuando duele y cuando no.

¿Tienes novio?

Pasaje a la edad adulta, los chicos y las chicas sólo se juntan si lo que quieren es salir. Amigos de la infancia dejan de existir, ahora te tienes que emparejar para convivir. Absurdo concepto que además se ha quedado obsoleto. Pero existe como apropiado en la lista de preguntas para los que curiosean en la privacidad ajena.

La pregunta se escucha, cada vez que la curiosidad asoma la cabeza, sobre todo de personas que no comparten contigo sus estados civiles, personas que hace tiempo son menos que conocidos. Sí, no, somos sólo amigos. ¿Entonces dónde metemos los besos que compartimos, en el cajon de los experimentos?

Es mi novio y es obvio.

Pareja, novio, novia, amante, amigo con derecho a roce… las etiquetas son abundantes, pero qué más le da a la gente. Poco, nada, aún así seguirán con la pregunta.

Será que imaginan que por tener etiqueta te ahorras la letra escarlata de haber sido usada. Te ahorras la vergüenza de que te desechen vieja y olvidada por aquellos que una vez usaron tus piernas como entrada. Validación social que permite que un acto natural se convierta en aceptado, sin darnos cuenta de que aunque no lo fuera, mi valía como mujer no disminuirá.

Y si la letra hubiera sido índigo yo habría podido hacer las paces con el color rojo. Pero escarlata era el color de la letra de la vergüenza y del odio. ¿Cómo justifico yo ahora el color del demonio?

¿Entonces, para cuándo la boda?

El papel importante hay que tenerlo. Certificación de la relación o pierdes posiciones en el escalafón social. Aunque ahora lo que da puntos es ser liberal. Yo contigo, tu con otras y de amante tantos como copas de vino.

Blanco, puro, virginal… quieren convertir un acto de esclavitud social, que arruina parejas y felicidad, en algo natural. Aguanta a la suegra, el traje que te vacíe la cuenta, e invita a todas la personas que por tu relación no daban ni una peseta. Fotos, redes sociales, asegúrate de que te vean.

Porque la rutina, la presencia de tu día a día, con intimidad, amor y comprensión no importa. No quieren saber que te sientes escuchada y apoyada, ni que la comunicación es lo que hace de vuestra pareja una relación. La realidad no es tan válida hasta que no te aseguras de pagar por ella.

Bodorrio en iglesia o catedral, que no creemos en nada que no sea el dinero verde, pero no nos puede faltar el cuerpo de cristo y el sorbito a la copa de vino tinto. Campanadas bien fuertes que anuncie a todos los presentes y a desconocidos que por fin te has sometido. La rebelde que no creía en el matrimonio ahora lleva anillo como todos. Aceptable, dentro de guión. Porque aunque es de modernos no casarse, sigue teniendo estatus decir “mi marido”.

Ahora no puedo pensar en el rojo sin que me sepa al vino tinto. Asociarlo con la recompensa de los que obedecen, serviles y callados.

¿Y el bebé cuando?

Están deseosos de quitarte tu última defensa, tener excusa para tocarte sin permiso. La barriga de la embarazada es de dominio público.

Con esta pregunta cruzan la última barrera. Sólo les falta meterse en la cama contigo. Darte indicaciones para asegurarse de que gestas. Porque es ahí dónde se hacen fuertes sus opiniones y recetas; su experiencia.

Esto te va a pasar, así te sentirás. Olvídate de dormir, cuidarte o ser feliz. Pero existe algo bueno: durante nueves meses dejas de sufrir, sólo para partirte en dos y traer el mundo el protagonista, que tú sólo sirves de jarrón de contenedor. Tu identidad ligada por siempre a una palabra: mamá.

La mujer moderna se escuda en el patriarcado para culpar a otros de no querer pasar por este mal trago. Un proceso que se niega a pasar, y yo lo entiendo, de verdad. Da miedo saber que esto sólo perpetúa el concepto de que por ti misma, con la edad, se deprecia tu valía.

Es aquí dónde las preguntas más daño me hacen. Porque lo que ellos no saben es que entre mis secretos guardo la vergüenza de no poder dar el paso final. Subir el último escalón hacia la montaña social. La de despreciar mi propia vida por una más nueva, a la que someter a las mismas preguntas, una a una.

Todos los meses llega la decepción, colmada de dolor. Una necesidad que en mí no existe, pero parece ser la única función en la que los demás persisten. Incluso mi pareja, que quiere tener descendencia, ha comenzado a sufrir por esa ausencia.

Todos los meses mancho de rojo el blanco de la ducha. Todos los meses acepto esa muerte. Todos los meses encuentro en el rojo, dolor, alivio y el futuro, que esta vez sí, escojo.

¿Y qué pasa si no tengo respuesta para las preguntas obligatorias?

Preguntas obligatorias, que son dolorosas.

Exigentes, impertinentes, oxidadas e inapropiadas… todas salvajemente inocuas.

Y como respuesta, el color rojo es el que más me molesta.

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