Me marcho para encontrarte.

Si hubiera sabido que hoy iba a decirte adiós posiblemente habría disfrutado un poco más de abrazarte anoche bajo la manta, en el salón. Te hubiera hecho el amor. Y por la mañana no hubiera dejado sonar el despertador. Si hubiera sabido que hoy era nuestro último día, el beso de despedida lo recordaría mejor.

Te juro que no lo planeé. Que no te mentí, nunca te traicioné. Te juro que no lo decidí, hasta que no pude estar más aquí. Y te juro que esto que voy a hacer, lo hago también por ti.

Me marcho a lo desconocido, tengo miedo, no lo niego. Me marcho a un lugar dónde todavía no soy real, a un lugar dónde puedo naufragar, perderme y no saber volver atrás. Pero quedarme no es un opción, porque morirme a tu lado, matarnos a los dos, es mucho peor que marcharme y dejarnos paralizados en los que somos, juntos y no separados.

Sé que es difícil de entender, y de explicar también. ¿Porqué, si funcionamos bien, tengo que escaparme a algo que; si es bueno, todavía está por ver? Pues porque aquí no avanzo. Me he quedado estancada, algo verde, como el agua que se enmohece.

¿Qué puede hacer un pájaro más que volar? Aunque haya tormenta, huracán, su necesidad siempre va a ser la de avanzar.

Me he dado cuenta que he dejado de ver el amanecer, que despierto sin ganas de caminar, ni por nuestra playa, ni por la vida, ni tan siquiera por los senderos de mi mente en los que antes me perdía. Y no es culpa tuya. Ni tampoco mía. Es que la vida me ha echado un jarro de agua fría, cuando me he dado cuenta que estoy a punto de convertirme en piedra, por no avanzar, por no seguir, por no saber vivir.

Me he dado cuenta de que nuestro futuro es tan inexpresivo y soso que mirarlo me hace daño. Que aunque no hay nada mal, tampoco hay nada bien. Y lo de vivir en un gris perenne hasta podría considerarlo, el problema es saber que dentro llevo colores que están vibrando.

Esto que somos se me ha quedado pequeño. Son unos zapatos que aunque he amado, ahora están destrozados, y nunca me pongo por feos. Esto que somos es bonito si lo miras desde fuera, pero dime la verdad ¿esto es para la vida entera?

Ni tú ni yo nos hemos equivocado. Tomamos las decisión correcta la primera vez que nos besamos. Y somos víctimas de lo que el tiempo corroe: hasta a las parejas más estables si se anclan en el ayer. Es necesario el avance para que algo dure.

Hoy cuando te has marchado mi vida ha cambiado y no para mejor, ni peor, sino hacia un rumbo nuevo inexplorado. Créeme que mientras hago la maleta, la lleno de dudas, junto recuerdos bonitos con los que torturarme, un cepillo de dientes y las zapatillas nuevas que me compré ayer. Debería haber visto las señales, pero es que a todo nos acostumbramos, incluso a las faltas, a los vacíos y las debilidades.

La vida es una consecuencia de avanzar. Aunque a veces el avance se parezca más a la inmobilidad, a parar y descansar, a dejarte llevar. Cada paso uno que no sabemos si es el correcto, algo que no pensábamos de pequeños y ahora, de adultos, nos da miedo. Y esto que yo hago es salir de la incomodidad que se ha forjado alrededor de nuestro lazo. No por prieto, no por raído, sino porque yo no quiero estar atada así contigo. Lo que busco y nos merecemos es la libertad de la que carecemos y que nos impide el encuentro.

Porque no te mientas, nos hemos distanciado, incluso en un piso tan enano. Somos dos continentes separados por un océano de silencios y deberes que no sabemos cruzar.

Y mientras guardo mis recuerdos, en una mochila que siempre me acompaña, pienso en quien soy, en quien era, y en quién seré mañana. Me da vértigo pensar en el futuro que no controlo, pero río "¡qué tonta!", si el control es lo único de lo que me he desprendido. Pienso en las personas a las que he dejado por el camino, no por no incluirlas sino porque no me seguían el ritmo.

Qué pena, mamá, que me hayas enseñado a caminar. Tanto empeño en que diera mis primeros pasos y ahora sólo me ves de espaldas, avanzando. A un ritmo y un futuro al que no me puedes seguir, y que sin embargo, es todo para mí.

¿Es así como se sienten aquellos, que nos quieren cuando de ellos nos desprendemos? ¿Sabrán que seguir es ineludible, para poder ser felices?

¿Encontrarán en las huellas que dejamos atrás consuelo de que con ellos la vida fue más?

Me llevo miedo y certeza a partes iguales porque yo ya no sé quien soy contigo, pero tampoco tengo claro si ser sola, es lo que necesito. Lo que dejo atrás es mío, pero también, espero, lo que me depare el camino. Y si acabo en un desierto, sola y sedienta quiero que sepas que me marché para encontrarte, para encontrarnos entre los escombros de esta tormenta.

Anterior
Anterior

Un millón de años

Siguiente
Siguiente

El rojo es mi color menos favorito