Intimidad desierta.
¿Qué haces cuando descubres que la vida que has construido no se sostiene? ¿A quién culpas cuando no ha habido catástrofe natural que se haya llevado consigo tus sueños, tu futuro?
¿Qué pasa cuando no puedes culpar a un terremoto emocional, a un incendio existencial, o a un tornado con nombre de mujer? ¿Qué pasa cuando tu relación, aquella sobre la que cimentaste tu vida se ha erosionado con el paso de los años y lo que antes relucía brillante ahora está oxidado?
Los primeros pasos fueron inseguros, pero aunque pareciéramos cervatillos nos pudo la ilusión. Tentativamente audaces, esa fue tu expresión. Porque nunca hubiera imaginado que un beso nuestro podría redibujarme el horizonte, ni tatuarte en mí con tanta precisión.
Ahora mirando hacia atrás entiendo que no solo fue pasión, lo que compartimos fue más que una explosión química, más que un me gustas y un juntos sabemos hacer maravillas. Fue intimidad. Dulce, salada, caliente y fria. Intimidad de las que te cambian la vida.
Y juntos nos embarcamos en aventuras, con sonrisas fijas y cegados por el brillo de lo que nos unía. Nos sentamos en la arena y montamos castillos: tu trabajo, el mío, nuestra casa y los hijos. El perro que se llamaría Gus, y vacaciones en el Mediterráneo. Para mí café y despertarme temprano, para tí vino y trasnochar hasta que ayer se haga amanecer.
Tu con calor y yo siempre con frío.
Deberíamos haber sabido que si mezclas elementos, siempre es importante saber sus efectos. No leímos las instrucciones de uso y del uso se erosionó hasta la ilusión.
Que monstruosidad esta intimidad que nos engañó a pensar que por tenerla la sabríamos dominar. Nos fue limando las ilusiones y los sueños en común. Total, la teníamos a ella y sobre ella colgamos los pesados problemas que no solucionamos.
Intimidad que me dejaba leerte la mente, solo para ignorar lo que no me decías. Intimidad que te dejaba entenderme, solo para ignorar lo que necesitaba realmente. Si después con una caricia todo se solucionaba. Se perdía, entre los momentos en los que la individualidad no existía y solo estábamos nosotros: conjunto comun de elementos rotos.
Elegimos el lugar, el clima y la hipoteca. Y sobre este punto nos pusimos a construir los cimientos de lo que sería una vida. Sobre una falsa identidad. Sobre arenas movedizas de pensamientos prohibidos como; "no soporto cuando hace esto", "ojalá no fuera tan", "espero que deje de hacer". Y con esas construimos nuestro hogar. Con bajas calidades, pero vistas a nuestro mar. Uno en el que nos sumergíamos felices sin pensar en las corrientes. Uno frente el que nos abrazamos con intimidad y deseamos que la vida nunca nos hiciera despertar.
Con el tiempo, que no fue mucho pero sí fue intenso, los abrazos se fueron extinguiendo. Reemplazados por las tareas pendientes. Renovar la habitación de invitados, para que nadie se asomara al ático de recuerdos olvidados. Participar en las reuniones del cole, sin prestar atención a que entre nosotros ya no había comunicación. Rutina de día y de noche, con gastos excesivos en vacaciones que no disfrutábamos y un nuevo coche. Ropa, marcas, maquillaje y un Rolex. Llenamos nuestro hogar con tanto trasto que dejamos de caber; nos turnamos para usarlo. Tú entrabas y yo salía, y en el recibidor comentar cómo había sido nuestro día.
Olvidamos que la intimidad era la culpable. De que se secara nuestro mar, que se convirtiera en tierra de nadie. El paraje exuberante fue perdiendo follaje. Y poco a poco la arena que pisábamos al salir de casa eran dunas de un desierto que derretía nuestras ganas.
Las tormentas de arena un buen reflejo de los gritos explosivos seguidos de semanas de silencio ensordecedor. Las visitas se fueron espaciando y las vistas se fueron secando. Nada de verde y azul. Sólo desierto y acritud.
En el ático comenzaron a sonar los pasos de los recuerdos olvidados, que poco a poco nos fueron inundando la convivencia de reproches que se hacían inmensos al llegar la noche. La distancia entre nosotros se hizo infinita. El sofá se convirtió en tu amante y yo dejé de ser la persona con la que anhelabas compartir tus besos delirantes. Abrimos las ventanas a los días de soledad.
El desierto se coló en nuestro hogar. Y sólo pudimos abandonar lo que por culpa de la intimidad se había convertido en una falsa realidad.
No vendimos, no alquilamos, sólo abandonamos. Abandonamos el desierto para buscar algo de mar en otro acierto. Con heridas graves, quemaduras en todas partes. Sedientos por encontrar separados lo que una vez creímos poder encontrar abrazados. Errantes, sin rumbo, desesperados por hallar dónde poder volver a comenzar.
Porque el desierto había invadido nuestro hogar.