La película sin final

Hoy es un día especial.

Soy una mujer afortunada. Siempre lo he sabido. No porque la suerte siempre me haya sonreído sino más bien por el camino que he recorrido. Uno largo, mucho más que mis compañeros de aventuras. Uno con llanos, subidas y descensos desde las alturas.

Soy consciente de que el camino no siempre ha sido fácil y sin embargo, al echar la vista atrás me cuesta no sonreír. Me cuesta desenredar los recuerdos honestos de las mentiras con las que tejí mi historia. Y es que acaso ¿qué es toda una vida sino un tapiz lleno de puntadas acertadas y equivocadas, de descosidos e hilos sueltos?. Un tapiz en el que se combinan las puntadas y se incorporan nuevos patrones. Un tapiz en el que los colores cambian con la madurez, los hilos se vuelven delicados y finos, y dónde antes habían cosidas certezas, ahora la madeja se enrolla y el despite guía la mano hacia épocas olvidadas.

A mi edad pasas más tiempo con recuerdos de aquéllos que no están, e invaden cual sombras los rincones de tu mente, que el tiempo que pasas con los que han florecido en un campo que hace mucho no es parte de tu camino. Y no es que el presente haya perdido calidez o que el pasado sea más vibrante. Es que ahora, la mujer que me mira desde el espejo es a veces hasta ignorante. Incapaz de recordarse a sí misma. La claridad de los días se pierde pero la lucidez de los recuerdos permanece.

Los días comienzan como lo han hecho siempre; con sonidos familiares y olor a hogar. Doy las gracias a la vida por dejarme coser un amanecer más, por permitirme fascinarme con las flores y sol. Doy las gracias por María que en la cocina se la oye cantar y doy las gracias de que incluso en los momentos de confusión haya paz. Agradecida paso el día, antes de que las nubes oscurezcan lo que parece despejado. Los pájaros a veces no sólo vuelan en el cielo: exploran mi mente y hacen nido en los pensamientos más borrosos. Si mi vida fuera una película estaría el carrete medio quemado. Con esquinas en naranja y otras en marrón tostado.

Pero hoy no es un día cualquiera, hoy es un día especial.

Hoy desempolvo los carretes, las fotos y el tapete. Hoy en vez de tejer lo que voy a hacer es deshilar. A los míos, a los que fueron, a los viejos, a los que ya no están. Hoy es el día de mis muertos, de los que amé e incluso de los que tuve que al final, odiar. Y mientras pienso en todo esto se me ocurre que en realidad, lo que hago cada año es ir al cine mental. Dónde una película de mi vida pasa imágenes de los días que fueron pero nunca de los que serán; de la niña, de la mujer que un día fui y no consigo dejar ir. La película de recuerdos que todavía no tiene final.

-Hoy es un día especial, María.

Debo de sonar a loca de atar. Hace mucho que mis gestos y palabras casi nunca coordinan, pero es sólo porque la mitad de la conversación pasa en la intimidad de mi mente. Una mente que colecciona voces de antaño y risas de momentos pasados. Así que no puedo culpar a María cuando en vez de preguntar, asiente satisfecha de que al menos haya dicho su nombre y no haya nombrado a mamá.

¿Qué será con las madres que hasta en la confusión no se olvidan? ¿Qué será con las madres que siempre acaban siendo nuestro salvavidas?

Hoy es un día especial.

No lo marca el calendario. Y hace tiempo que incluso me cuesta mantener un horario, perdida entre las horas de hoy, ayer, el futuro y el pasado. Hay mezcladas en mi mente ovillos enteros de existencia. Y ponerme a organizarlo puede llevarme el día completo. Por eso no me centro en las agujas del reloj, me enfoco en lo que puedo memorizar y eso, casi siempre, son recuerdos.

Tengo ganas de saludar a la niña que corría por las calles sin adoquinar. Riendo feliz, juntos a sus hermanos, mientras se comía un helado. Verla descubrir curiosa cómo una oruga se convierte en mariposa. Disfrutar con cada pedaleo titubeante al aprender a montar en bici, con las rodillas desolladas, con la dentadura floja de la última visita del Ratoncito Pérez (¡Que gran ratón!). Una niña que todavía echa de menos a su madre, una madre que le faltó demasiado pronto; porque una madre nunca falta tarde.

Tengo ganas de saludar a la adolescente que tanto sufrió por amor. Dedicarle un tiempo a hacerle ver que ella es suficiente y que José no lo merece. En cambio la veo titubear, comenzar a conocerse. Vergüenza y felicidad en cada roce y cada beso. Noches perdidas en vela mirando las estrellas tumbados sobre el capó del Seat 600 de Lucas. Las lágrimas derramadas por el amor y el desamor. ¡Hay bonita si sólo supieras lo que vales y ellos no!

Voy a mostrarle más lealtad a la mujer joven que tanto tuvo que superar. Esa que pudo construir un futuro lleno de recuerdos que me han quedado a mi. Desde el primer apartamento, hasta la fiesta de jubilación. Los veranos en la costa y los inviernos esquiando en Andorra. El primer matrimonio perdido y el segundo que todavía fue más sufrido. Lázaro y sus ladridos siempre que volvía a casa. Los zapatos que coleccionaba para las ocasiones especiales y las especias que trajo de todos los sitios que visitó. Una mujer que dejó de disculparse demasiado tarde.

Esa mujer se merece todo mi respeto y gratitud, porque fue ella la que sobrevivió las tormentas de la decepción para que yo hoy pueda quedarme tan sólo con los destellos de amor. Las risas y el vino, los Ducados y los vestidos. Las fiestas, los amigos. Los segundos de una vida grande y pequeña. Los minutos de una vida disfrutada. Las horas de una vida plena. Los años de una vida rodada sin cámara pero con estrella de cine de protagonista.

Hoy es un día especial.

Mientras me dirijo al ventanal, me sorprende ver las estrellas reflejadas. He perdido un día más o quizá haya sido una semana. Pero entiendo en seguida que estoy en casa, que estoy viva. Que no estoy sola; todavía oigo a María. ¿Tanto tiempo ha pasado? Un abrir y cerrar de ojos y de nuevo algo se me ha olvidado. No es extraño que me cueste entender las cosas últimamente. Sólo espero que al menos me quede todo mi mundo interior. Que aquéllos que me plagan no se vayan, no se despidan. Porque sin ellos me quedaría sola, triste y fría. Así que hasta que llegue el final, en mi película me voy a recrear.

-Pon la película, corazón.

Baja las luces, sube el volumen. Pon la cinta a correr.

3… Letras negras sobre fondo blanco. Comienza la cuenta atrás.

2… Me recuesto sobre el sillón. Cierro los ojos, me relajo, preparada para disfrutar.

1… Comienza de nuevo la película sin final.

Anterior
Anterior

Amigos por casualidad

Siguiente
Siguiente

En busca de olas dulces